Prefacio

Martin Gardner


Cuando Richard Kaufman me propuso reunir todas mis colaboraciones en revistas de magia y mis artículos comercializados por separado, me pregunté si habría suficiente material como para un libro. No obstante, cuando empecé a trastear en mis archivos de magia me quedé sorprendido por la cantidad de cosas que había. Empecé mandando ideas a The Sphinx, mucho antes de que John Mulholland se convirtiera en su editor. En esa época yo estudiaba Secundaria en Tulsa, mi ciudad natal, donde compartía magias con Logan Wait y Roger Montandon.

Durante mis años en Chicago resultaba muy fácil estar al día en los temas mágicos. Participaba regularmente en las tertulias mágicas, pasaba muchos ratos en las tiendas de Joe Berg y Laurie Ireland, y conseguí amistades que perdurarían para siempre. Durante unas vacaciones de Navidad trabajé como vendedor de cajas de magia en la sección de juguetes de la tienda de Marshall Field, y allí descubrí que no se domina realmente un juego hasta que no lo has presentado en público por lo menos cincuenta veces. 

Mi traslado a Nueva York conllevó la rápida aparición de nuevas amistades mágicas, en su mayoría con los magos que se reunían en el piso de Bruce y Bunny Elliott en la época en la que Bruce editaba The Phoenix. Los sábados, por supuesto, me sumaba a los grupillos que empezaban la tarde en la tienda de Lou Tannen y continuaban después la tertulia y el intercambio de ideas en algún restaurante. Allí también resultaba fácil estar enterado de las últimas novedades mágicas.

Eso no ha resultado tan sencillo desde que mi esposa y yo nos hemos retirado a las montañas al oeste de Carolina del Norte. Enseguida tuve la suerte de contactar con Rick Johnsson, de Asheville, y entonces me reuní con algunos magos en Atlanta y cerca de Carolina del Sur. Pero, desgraciadamente, esos contactos han sido muy esporádicos. Echo muchísimo de menos las jugosísimas tertulias con los chicos de Chicago y de Manhattan, y han pasado varios años desde la última vez que asistí a una convención nacional. Si miramos las maravillosas sutilezas más recientes, especialmente en cartomagia, sobre las que no he estado muy al día, parecerá que buena parte del material de este libro se ha quedado anticuado.1

Nunca me he dedicado profesionalmente a la magia, ni siquiera me lo he planteado. A pesar de ello, el ilusionismo ha ocupado siempre un lugar prioritario en mi vida. Los milagros mágicos me recuerdan las maravillas y los profundos misterios del universo. El hecho de que la gravedad nos mantenga unidos al suelo me parece igual de asombroso que ver una mujer flotando en el aire. Me apasiona ver buena magia. Y disfruto improvisando unos juegos de magia de cerca para mis nietos y mis amigos.

Incluso mi matrimonio es algo que debo a la magia. Fue Bill Simon, el experto cartomago, quien me presentó a Charlotte; él ejerció de padrino cuando me casó con ella otro mago aficionado de Nueva York, el juez George Starke. En esos días éramos pobres, y los preceptivos análisis de sangre fueron cortesía del Dr. Vosburgh Lyons, otro amigo mago. Sin embargo, Charlotte casi se desmaya del susto cuando Voz apareció por sorpresa, con una jeringa enorme en la mano, el pelo peinado sobre su rostro, el cuerpo medio doblado y riéndose malévolamente como si fuera Mr. Hyde. 

Soy completamente consciente de la diferencia que hay entre la magia potente y comercial, dirigida a profanos, y los juegos raros que los magos solo hacen para otros magos, o para matemáticos si el secreto se basa en algún principio matemático. Muchos –quizá la mayoría– de los juegos de este libro son del segundo tipo, aunque a menudo las ideas escondidas en este tipo de magia acaban siendo la base para crear efectos potentes y muy comerciales. Un buen ejemplo es el enorme éxito que tuvo David Copperfield en 1991, cuando presentó en televisión una predicción de cartas (basada en lo que los matemáticos llaman «paridad») que yo había publicado en Scientific American treinta años atrás. 

He intentado actualizar la mayoría de los juegos añadiéndoles algunos comentarios, o añadiéndoles textos amplios con sugerencias que no estaban en las explicaciones originales. Una pequeña parte de los juegos no ha sido publicada previamente. Salvo raras excepciones, no se repite en este libro ningún juego publicado en mi Encyclopedia of Impromptu Magic. Las excepciones se deben a que he considerado que algunos juegos requerían una explicación más amplia que los textos casi telegráficos de la Encyclopedia. También he evitado publicar –nuevamente con alguna excepción– textos de cuatro de mis cinco libritos: Match-ic, Twelve Tricks with a Borrowed Deck, After the Dessert, y Over the Coffee Cups.2

Como en matemáticas o en ciencia, en magia a menudo sucede que dos o más personas llegan independientemente a una misma idea. Si alguno de los efectos de este libro fueron inventados previamente por otras personas, pido humildemente disculpas. Solo puedo decir que he hecho un gran esfuerzo para especificar los nombres de los creadores cuando ha sido posible conocerlos.

El trabajo de reunir el material que forma este libro ha inundado mi mente de recuerdos felices. Se mezclan también con la tristeza de recordar a tantos amigos magos que ya han partido hacia el Más Allá.

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